Por: Gabriel Castillo García
El procurador capitalino indicó que el día 2 de septiembre del año pasado se presentó una denuncia en el Centro de Atención de Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA). A partir de ese momento se inició la investigación sobre la búsqueda del desaparecido, hasta que dieron con él.
En su declaración la víctima de la cual no dieron a conocer su nombre por razones obvias, hizo un relato detallado de cómo fue privado de su libertad para después ser “internado” como “enfermo de alcoholismo”.
Eran las 22.30 horas cuando el sujeto descargaba un camión de elotes en la Central de Abastos. Frente a él se detuvo una camioneta Combi, roja, a la cual lo llevaron por la fuerza y en el interior había varios individuos con la mirada vidriosa, como su estuvieran drogados.
El conductor de la camioneta era Francisco Javier Rosales García, (a) “El Tato”, quien recorrió parte de la Central de Abastos donde subieron a un total de 13 personas.
Comenzó su calvario, junto con los demás plagiados; el sujeto fue llevado a las instalaciones del “Centro de Rehabilitación”. “es de tres niveles, en la planta baja están la entrada principal, la recepción, oficina y cocina. Todo en condiciones insalubres.
En el primer piso se encuentra el dormitorio general, dijo el afectado, resguardado con rejas. Por las noches todos dormían encadenados y con candados. En ese espacio estaba la recámara de los “custodios”
En el segundo piso se encontraba la sala de juntas y el taller donde realizaban la maquila.
Segundos después de que ingresaron al inmueble, señaló el liberado, fueron obligados a bañarse para luego ser encerrados en un cuarto donde permanecieron tres horas. Más tarde los obligaron a iniciar sus actividades laborales.
En su declaración el hombre dijo que la jornada laboral daba principio a las ocho de la mañana y culminaba a las doce horas. Sólo descansaban media hora para ingerir los alimentos en descomposición que les daban y que consistía en patas de pollo y verduras “echadas a perder”.
Argumento el liberado que durante el mes y ocho días que permaneció cautivo vio alrededor de una 300 personas trabajar en el taller “y muy pocas eran viciosas o drogadictas”. Todos eran trabajadores de la Central de Abastos en cautiverio.
Había mucha gente flaca y amarilla por la mala alimentación, pero nadie podía hacer nada por salir del lugar ya que era bien vigilado las 24 horas del día.
El procurador capitalino indicó que el día 2 de septiembre del año pasado se presentó una denuncia en el Centro de Atención de Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA). A partir de ese momento se inició la investigación sobre la búsqueda del desaparecido, hasta que dieron con él.
En su declaración la víctima de la cual no dieron a conocer su nombre por razones obvias, hizo un relato detallado de cómo fue privado de su libertad para después ser “internado” como “enfermo de alcoholismo”.
Eran las 22.30 horas cuando el sujeto descargaba un camión de elotes en la Central de Abastos. Frente a él se detuvo una camioneta Combi, roja, a la cual lo llevaron por la fuerza y en el interior había varios individuos con la mirada vidriosa, como su estuvieran drogados.
El conductor de la camioneta era Francisco Javier Rosales García, (a) “El Tato”, quien recorrió parte de la Central de Abastos donde subieron a un total de 13 personas.
Comenzó su calvario, junto con los demás plagiados; el sujeto fue llevado a las instalaciones del “Centro de Rehabilitación”. “es de tres niveles, en la planta baja están la entrada principal, la recepción, oficina y cocina. Todo en condiciones insalubres.
En el primer piso se encuentra el dormitorio general, dijo el afectado, resguardado con rejas. Por las noches todos dormían encadenados y con candados. En ese espacio estaba la recámara de los “custodios”
En el segundo piso se encontraba la sala de juntas y el taller donde realizaban la maquila.
Segundos después de que ingresaron al inmueble, señaló el liberado, fueron obligados a bañarse para luego ser encerrados en un cuarto donde permanecieron tres horas. Más tarde los obligaron a iniciar sus actividades laborales.
En su declaración el hombre dijo que la jornada laboral daba principio a las ocho de la mañana y culminaba a las doce horas. Sólo descansaban media hora para ingerir los alimentos en descomposición que les daban y que consistía en patas de pollo y verduras “echadas a perder”.
Argumento el liberado que durante el mes y ocho días que permaneció cautivo vio alrededor de una 300 personas trabajar en el taller “y muy pocas eran viciosas o drogadictas”. Todos eran trabajadores de la Central de Abastos en cautiverio.
Había mucha gente flaca y amarilla por la mala alimentación, pero nadie podía hacer nada por salir del lugar ya que era bien vigilado las 24 horas del día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario